Licorice Pizza: correr cerca del cielo
8 de marzo de 2022Evocación y embrujo
«Me hubiera encantado vivir en esa época y en ese lugar en concreto y correr cerca del cielo». Este fue el primer pensamiento que me vino a la cabeza cuando salí del cine al ver Licorice Pizza, estrenada en España el pasado 11 de febrero. La cinta, como muchas otras (véase Érase una vez en Hollywood) tiene tal poder de evocación y te embruja de tal manera que hasta te sientes mal por haber nacido 30 o 40 años más tarde.
Y todo es por culpa de Paul Thomas Anderson, que hace un retrato de su infancia tremendamente bello. El director, criado en los suburbios de Hollywood, sabe bien lo que es vivir cerca de las estrellas, a las que no ensalza -pero tampoco demoniza- en un guion muy libre, casi sin estructura, cuyo único elemento constante son sus dos protagonistas. Alana Haim y Cooper Hoffman resultan ser dos talentos de los que uno se enamora, sobre todo cuando salen corriendo.
Licorice Pizza, cine de verdad
Licorice Pizza se une así a la lista de películas protagonizadas por adolescentes donde no pasa nada, conformada por títulos como American Grafitti (Georges Lucas, 1973) o Movida del 76 (Dazed and Confused – Richard Linklater, 1993), entre otras. PTA, consciente de la fuerza de estas, las homenajea, replanteándolas sin perder su sello. Con ello, crea una obra cinematográfica en el sentido más puro de la palabra, ya que en Licorice Pizza, todos los aspectos que hacen que una película se ensamblan de forma categórica, haciendo que su visionado sea una experiencia tan ligera como placentera.
Resumiendo, es de esos filmes que no quieres que se acaben nunca -y eso que dura casi 2 horas y media-. Sin embargo, su ritmo pausado y un montaje en el que destacan las secuencias musicales (la banda sonora te transporta a 1973, como todo lo demás), hacen que se pase en un suspiro. A veces uno lo único que desea es ver a dos chavales correr cerca del cielo.
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